Como bien sabemos, uno de los
objetivos del Milenio propuesto por la Organización de las Naciones Unidas es
la erradicación de la pobreza y el hambre;
que si bien, se aprecian resultados favorables de los programas planteados
hasta la fecha (Perú, 2015), aún hay un largo camino por recorrer.
Lo que me lleva al siguiente punto;
existen múltiples factores que originan la pobreza, ya sea por las pocas
oportunidades de desarrollo, las precariedades en la que viven estas personas
lo que los lleva a la mendicidad, los pocos recursos o las actitudes
desadaptativas que adquieren frente a estas situaciones, o incluso al círculo
vicioso en el que han vivido durante toda su vida, pero… ¿acaso no es verdad que la educación
combate la pobreza? ¿Que si todos tuviéramos acceso a la formación adecuada (la
cual es un derecho), no contaríamos con las mismas oportunidades de desarrollo?
Pues bien, con estas pocas líneas
lo que se quiere expresar es sencillo: si se invierte debidamente en la
educación de nuestra gente, si les otorgamos las herramientas necesarias para
su crecimiento y cambiamos su forma de pensar, para que utilicen su ingenio y
creatividad en lugar de la mendicidad y el conformismo, que tomen conciencia de
sus destrezas, aptitudes y capacidades para que se tornen en personas
productivas y con miras a un futuro prometedor… entonces, sí, los programas
sociales deberían enfocarse con mayor insistencia en estos ámbitos.
Porque brindar a las personas menos
favorecidas la oportunidad de recibir una adecuada formación a través de políticas de inclusión social, es
una obligación que el estado tiene
con ellos.
Pero no se trata solo de formular
el plan y dar la financiación, sino que es necesaria la continuidad de los
programas, se necesita gente comprometida con las actividades, que los
profesionales de las distintas áreas se sumen a este propósito. Que las instituciones
compartan este objetivo y que sean sus representantes los agentes colaboradores
de mayor importancia para que estos programas resulten efectivos.